Por la Dra. Virginia Busnelli, (MN 110351), Médica especialista en nutrición con orientación en obesidad. Directora del Centro de Endocrinología y Nutrición CRENYF

Nuestra conducta y elección alimentaria están influenciadas por numerosos factores que van desde aspectos meramente biológicos a otros culturales, geográficos, del entorno y disponibilidad de alimentos y muchos más; pero hay uno de ellos que es fundamental y es el EMOCIONAL.

¿Lo que comemos afecta la manera en cómo nos sentimos o cómo nos sentimos afecta a nuestra manera de comer? La respuesta a esta pregunta es ambas son correctas. Todos debemos haber experimentado emociones y sensaciones lindas luego de comer algo que nos gusta, que nos transporta a algún lugar o que preparamos con mucho amor… ¡Qué lindo que es comer! Pero también es importante saber que nuestras emociones y estados de ánimo no placenteros, o no tan buenos, influyen de manera muy significativa en nuestra conducta alimentaria.

El famoso comer emocional ocurre cuando buscamos en la comida un aliado para sentirnos mejor, para corrernos un poco de esas emociones que están lejos de hacerme sentir bien. Comer relacionado a emociones tiene explicaciones fisiológicas, nadie quiere tapar emociones con la comida solo porque se le da la gana.

Uno de los aspectos por el cual las emociones no placenteras se vinculan con una alimentación poco saludable, radica en que las mismas generan un aumento del cortisol y grelina, así como también colaboran con profundizar los efectos no placenteros y disminuyen la autoestima. Por otro lado, los humanos tendemos a elegir alimentos más saludables en estados de calma y muchas veces emociones como el enojo y la tristeza nos corren de ese estado, llegando a ser factores estresantes para nuestro propio cuerpo. ¿Esto quiere decir que hay emociones que son negativas o malas? No necesariamente…

La palabra emoción deriva del movimiento, el mover, agitar, remover. Nuestras emociones son capaces de provocar cambios fisiológicos y de comportamiento, y muchas veces son capaces de revelar lo que nos cuesta decir y expresar. Las mismas siempre tienen una intención, cuando las identificamos son como un radar que nos va mostrando que hay algo que nos pasa, una necesidad que quiere ser satisfecha.

El miedo, la tristeza y el enojo son mensajeros, son una herramienta muy importante para nuestras vidas y si los queremos eliminar, quedaríamos un poco ciegos, sin nuestra alerta, nos perderíamos la información que traen para poder tomar las riendas de algunos asuntos y resolverlos. Muchas veces la vida nos lleva justamente a buscar eso…. eliminar esas emociones, taparlas, comerlas.

La cultura de la dieta y la restricción nos mostró y continúa mostrando que, el autocontrol y resistir a las tentaciones, son herramientas fundamentales para el proceso de cambio y es allí donde muchas veces nos frenamos, en intentar, intentar y seguir intentando controlarnos. Cuando entendamos que el camino no es por allí, que a la hora de elegir alimentos cuando nos invaden ciertas emociones, la capacidad para no responder automáticamente es un recurso limitado y agotable, y dediquemos una parte de esa energía a la búsqueda de herramientas para reconocer y gestionar emociones, vamos a sentir como el proceso toma su rumbo.

Hoy es inconcebible abordar enfermedades como la obesidad sin equipo. Podemos estar trabajando acerca de nuestras elecciones alimentarias, pero si no se pone el foco en el desarrollo y la práctica de habilidades para la regulación emocional con el acompañamiento adecuado, probablemente me esté faltando una parte esencial para sanar. Mientras más sepamos de nuestro mundo emocional, mejor va a ser nuestra gestión y menos las probabilidades de desplazar lo que nos está pasando al cuerpo o a la comida. Trabajar en lo que te dicen las emociones, es una hermosa práctica de autocuidado.

Imagen: freepik.es

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