“Hace unos cuantos años atrás, comenzamos a soñar esta obra con mi amigo y colega Miguel Iglesias. Después él decidió irse de gira, sólo, sin permiso ni preaviso, eufemismo que usamos en la jerga para que la partida duela menos. Y ahí quedé yo, con una hermosa idea que contar de dos personajes, uno real y otro imaginario, en un contexto diferente y con un planteo distinto, original y cambiante.
Tuvo que pasar un tiempo para que reapareciera esa buena dosis de seducción que invita a encarar una obra. Imaginar los últimos momentos en la vida del Che y este encuentro ficticio, irreal con un olvidado personaje mitológico boliviano potenciaron las ganas de llevar adelante el proyecto. Al principio, el desafío estuvo en trabajar el texto que aparecía duro, rígido quizá, rico en figuras literarias, refinado en el decir, elegante, pero que debía coincidir con la psicología e ideología del protagonista y que a la vez, compatibilizara con el lenguaje de ese ser extraño que es el Lari lari.
Esta doble función de dramaturgo y director otorga licencias que no precisa de permisos ni obliga a respetos hacia el escritor. Esta doble función concede comodidades recíprocas entre el texto y la puesta. Con semejantes libertades y una vez convencido de los dos actores que representarían a los habitantes de la historia, nos sumergimos en el maravilloso proceso de crear climas, vínculos, provocaciones y reacciones. A medida que avanzamos, el texto se fue modificando por añadidura. Paulatinamente fue perdiendo ese rigor clásico de los escritos muy elaborados para adecuarse a una dinámica que lo dotó de flexibilidad y lo acercó a un registro más coloquial sin por ello perder profundidad en el decir de la oralidad”.
Raúl Garavaglia
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